¿Todos iguales? Jamás...
Pero claro. Nos confunden, nos echan al saco, al absurdo cajón de las generalidades impuestas.
Hablar por uno resulta fácil. Sólo basta tener el espejo sin empañar.
Yo no tengo tapujos ni tampoco filtros.
Yo, troglodita e irracional. Yo, tenue ante lo íntimo y consciente de mis actos.
Yo, paciente en la búsqueda. Como impaciente en los encuentros y desencuentros.
Yo, frágil ante la desgracia ajena, la sonrisa de un niño o el cariño de una mascota compañera.
Yo, implacable ante la mentira. Intratable ante la injusticia. Intolerante ante el engaño.
Yo, simple. Concordante con mi origen. Con mi historia y mis momentos.
Y a la vez complejo. Indescifrable en mis miedos, carencias y soledades.
Yo, apasionado, entregado y fiel en el amor.
Yo, escapista del desamor, la desidia y la indecisión.
Yo, certero en las elecciones y opciones.
E incierto ante la inseguridad o los cambios de libreto, la ruptura de promesas.
Yo, competitivo en la pugna y tan indolente ante la lucha de egos.
Yo, confiable, compañero y amigo.
Yo, ostracista, despojado de la sociabilidad banal.
Yo, perverso. Yo, inocente. Con sueños que alcanzar... Sin encontrar lo que busco aún.
Un hombre. Con virtudes y defectos. Como muchos, como pocos. Un hombre. Sólo un hombre.