Seguro se han hecho esta pregunta alguna vez.
¿Qué tienen ciertos lugares, parajes, locaciones, esquinas o calles que nos elevan a la sublimación del “estar ahí de nuevo”, de encontrase uno mismo, de regalarle significados sin que necesariamente sean los mismos para quienes a esa hora pasan por ahí, alcances personales que escapan al ser de al lado?
Es una de esas características, según yo, que te transportan a minutos significativos de tu vida. Muchos de ellos quizás –y casi siempre es así- jamás regresarán por el sólo hecho de visitar un lugar en un segundo determinado. Es un todo irremplazable y que estará siempre por sobre las circunstancias que lo marcaron, por sobre las consecuencias de ese signo en sí.
Son especies de santuarios personales que vas atesorando con el paso del tiempo, que indistintamente del minuto en que te hayan marcado la vida podrás visitar sin reparo en meses, años o estaciones venideras y que siempre añorarán lo mismo.
No importa si el tráfico por su alrededor cambia, si su estructura se modifica, si su horizonte se nubla por efecto de la bruma, si el ruido en círculo no es el mismo, si la lluvia no te permite disfrutar de un banco, un asiento o una parte de césped o acera como aquella vez.
Da igual si no estás sumido en las mismas circunstancias, si el pasado reciente dio lugar a una realidad más dura y distante, más cambiante o solitaria incluso, si extrañas o si simplemente te convences que ese día nunca más volverá a dibujarse frente a tu vista.
A veces pienso ilusamente que tiene que ver con fechas, con horas, con remontarse al aquí y al hoy, con un pie en el ayer. Pero rápidamente la percepción va cambiando. Y aunque esa idea original siga mellando en mi interior, el convencimiento que son tales parajes, tales instantes en tu caminar los que siempre se quedan más allá de los rostros, las promesas rotas o las pérdidas que en su inconsistencia atemporal dejan de serlo y sólo te heredan como eterno legado esos lugares, esas reminiscencias marcadas en un mapa citadino que de cuando en vez se asoma en tu hoja de viaje.
Es bueno visitar esos lugares.
Por eso la pregunta del inicio. ¿Acaso ustedes tienen un lugar de encuentro personal, uno para observar el paisaje externo y mirar por que no en el interno también? Esos sitios son mágicos, son indestructibles en el recuerdo más allá de lo que te evoquen.
Por eso, y he aquí una visión muy personal de la pregunta que les hago, siento que los lugares son más importantes o eternos que las personas. Y me explico para que nadie se espante.
Si alguien muere o desaparece de tu entorno no podrás verle. Sólo recordarle. El lugar que te recuerde instantes con uno de esos seres seguirá estando allí. Porque nosotros, nuestros dichos, nuestros actos e incluso nuestras percepciones mueren por nuestra propia existencia.
Y es esa misma existencia la que hace tales puntos cardinales simplemente muten, a la vista, en su estructura o simplemente en su entorno. Pero siguen vigentes, son más vivos que el baúl de los recuerdos, son más irrefutables a la razón, son el suelo necesario para reposicionar tus pasos, para entender y muchas veces para evolucionar.
Ayer visité uno de esos lugares. Las sensaciones con las que me quedo no son para arrojarlas acá.
Sí me nació preguntar y más allá del detalle que no busco en tu respuesta, sólo quiero esta especie de catastro de la inquietud del día.
¿Tienes algún lugar que te genere conexiones tan fuertes que con ello sean en parte “sólo tuyos”, que siempre te detendrás por un minuto siquiera a meditarlos “in situ” por más que sepas que habrá lluvia, truene, se colmen de gente o tengas apenas un par de minutos para abrazarlos como al recuerdo mismo?
Yo tengo algunos. Su significado claramente los hace parte de mi nuevo itinerario.