lunes, 2 de abril de 2012

Equipaje



Fue un largo viaje. Apenas llegó a destino pudo reencontrar aquellas sonrisas, abrazos y afectos que extrañó en atardeceres de soledad... De esos que necesitó y buscó en dichosos paisajes desconocidos que alimentaron el diario de vida con páginas melancólicas e inimaginables.
Un niño quiso ayudarle a cargar esa maleta pesada y atiborrada de prendas y recuerdos desechables. Cuando pudo arrojarla sobre la cama inmutable de colores y sensaciones miró alrededor y sintió como si el reloj no hubiese transcurrido en ese cerrado y cálido ambiente.
Por ello salió a recorrer. Era un ejercicio ansioso por impregnarse de nueva y conocida realidad a la cual retornaba por mera necesidad de armonía. O quizás de olvido.
Hablaba con todo el mundo como si buscase ocupar los minutos en historias alegres que taparan las otras, o que al menos las soslayaran. Probablemente, buscando en el maquillaje de las palabras aquél apoyo del calendario inmediato, uno que cumpliera con la misión encargada desesperadamente al tiempo.
Un detalle lo alegró. La invitación tosca a reinsertarse en costumbres de siempre, las que había dejado de lado un lejano día cuando menos lo pensó. "Ven acá y apoya con esto, si ya no vienes de visita" fue la frase que sonó como mejor resquicio para retomar la rutina. En eso estuvo y logró gastar el primer día. Creyó que era la mejor de las formas. El campo, los animales, la vida tranquila y difícil de obtener lo llamaba a reinventarse sin intermediarios. Fue un lapsus. Hasta que retornó a aquella habitación azul en adornos y amarilla de añoranzas.
Y entonces abrió la maleta. Una triste señal fue encontrarse de sopetón con dos detalles que adjuntaban la peor de las certezas.
Una fotografía que se repetía mil y una vez en su cabeza. Y un boleto que indicaba la impostergable distancia que él mismo había puesto como medida de salvación. Era el momento de entender que ya no había vuelta atrás. Y que para su desgracia, los kilómetros no matarían lo que tanto ideó aniquilar en un sólo instante.


domingo, 12 de febrero de 2012

Principios


¿Todos iguales? Jamás...
Pero claro. Nos confunden, nos echan al saco, al absurdo cajón de las generalidades impuestas.
Hablar por uno resulta fácil. Sólo basta tener el espejo sin empañar.
Yo no tengo tapujos ni tampoco filtros.
Yo, troglodita e irracional. Yo, tenue ante lo íntimo y consciente de mis actos.
Yo, paciente en la búsqueda. Como impaciente en los encuentros y desencuentros.
Yo, frágil ante la desgracia ajena, la sonrisa de un niño o el cariño de una mascota compañera.
Yo, implacable ante la mentira. Intratable ante la injusticia. Intolerante ante el engaño.
Yo, simple. Concordante con mi origen. Con mi historia y mis momentos.
Y a la vez complejo. Indescifrable en mis miedos, carencias y soledades.
Yo, apasionado, entregado y fiel en el amor.
Yo, escapista del desamor, la desidia y la indecisión.
Yo, certero en las elecciones y opciones.
E incierto ante la inseguridad o los cambios de libreto, la ruptura de promesas.
Yo, competitivo en la pugna y tan indolente ante la lucha de egos.
Yo, confiable, compañero y amigo.
Yo, ostracista, despojado de la sociabilidad banal.
Yo, perverso. Yo, inocente. Con sueños que alcanzar... Sin encontrar lo que busco aún.
Un hombre. Con virtudes y defectos. Como muchos, como pocos. Un hombre. Sólo un hombre.