Lo único que supo es que su cabeza estaba por estallar…
Este hueón me vendió basura, cómo es eso de que “la amanecida” era sin dramas se auto flagelaba.
Como si ya no fuese suficiente, un bit detestable le serpenteaba en la cabeza. Provenía del otro lado de la muralla, esas malditas murallas sin filtro que la gran ciudad cobija en sus edificios. Peor aún, era el sonido chicharra de un mini componente que mezclaba música de Sepultura con pop recalcitrante del tipo “What is love” de Haddaway.
Sin ningún asco. Y provocaba eso… Asco, un castigo intestinal inaguantable.
Poco recordaba. Suficiente para martirizarse, arrepentirse o simplemente cuestionarse. Ni siquiera sabía cómo pasó de la euforia del “in concert” sabatino a ese esperpento dominical. Con suerte reparó en que la de turno, o más bien la última chica que cerró esa habitación por fuera tuvo, a diferencia de otras, el desatino de pasar de las frases picantes a “las picotas”, aunque acertó con una. Medio a medio.
“Tranquilo, yo te entiendo. Lo que pasa es que estás intentando evadir lo que crees que ella hace comportándote igual. No te va a ayudar porque ni ella te ve ni sabes si en verdad alcanzas a hacer lo mismo. Pero créeme, yo lo viví, es parte del proceso”…
Afirmación que sumado al ruido, la sed, la soledad y el reflujo hicieron de ese despertar más insufrible que otros.
Miró su reloj. Cinco para las dos de la tarde y habría preferido que le pegaran un tiro en la cabeza en vez de levantarse con ese estómago vacío, las alucinaciones pendientes y esa frase certera en la cabeza. Pero había quedado de pasar por la pega esa tarde. Había que hacer mérito y apelando al “trizas corazón” se preparó a resucitar al más puro estilo “fashion emergency”.
Agua y más agua en la cara, la que no cambiaba su expresividad patética en el espejo. Un café, un cigarrillo y la acidez estomacal que seguía causando estragos. Antes de salir se saltó el primer punto del manual que había tipeado simbólicamente en su cabeza, apenas el día anterior.
“Existe y luego piensa” decía ese mandato ridículo que sucumbía apenas su esencia levantaba el índice en cada minuto cuando de buscar un fundamento se trataba.
Y dio con la razón. Se había pasado horas de ese sábado repasando escritos, esos que nunca revisó y que no estaban dirigidos a él. Sintió que capturando esas historias subrayaba motivos, que no se equivocó con cierto prejuicio en su momento, que era válido, bien ganado, hasta asumido.
Pero fue sencillo comprender a la vez que eso, más el poco pero consistente aporte de lo vivencial le generaban contradicción, que esta última yacía sin respuesta y por eso, la chica de la noche anterior tenía razón. “…estás intentando evadir lo que crees que ella hace comportándote igual…”
Vaya certeza. Lo más triste era que nada de lo hecho en su anterior velada o inventado en su cabeza rozaba el conformismo.
Salió con la mejor cara posible. Había lugar en medio de esas calles que durante la semana albergaban atochamientos. Mientras hacía el trayecto en la micro llegó un nuevo golpe del destino.
Lo bueno es que estaba sopesado. Aunque igual, entre risa irónica pensó por qué mierda no pasa por otro lado el recorrido…
Y sin siquiera quererlo, se vio mirando el único resquicio urbano que le rememoraba su cara. Otra daga que caló hondo, otro dolor más fuerte que el de su cabeza. Otro motivo para seguir recordando como un adicto a esa imagen que no se marchaba.
Ni el par de horas que intentó alargar en el trabajo ni el evidente cansancio a poco de iniciar otra semana extenuante fueron excusa para no pasar a aquél sitio al momento del regreso. Quizás sabiendo que entre esas cuatro paredes que esperaban minutos después, claramente necesitaría algo más que fatiga para conciliar el sueño. Una carga emocional, un reencuentro con la nada, una razón para creer en lo que ya no creía. Una señal…
No la encontró. Pero esa pasada le regaló un respiro. Ya estaba lanzado, pensó. Y lo que viniera estaba inesperada e inevitablemente al borde del abismo. Entre el caer y sucumbir ante la autodestrucción o salir del pantano sin ayuda de nadie.
Infló el pecho y en una suerte de acto reflejo auto-motivacional inundó su rostro en la brisa oscura y casi artificial, refrescó en algo sus dilatadas pupilas con el aire de ese parque, sacó otro cigarrillo y se dijo en voz baja “aguanta campeón, aguanta”.
Ni siquiera él sabía cuánto más era lo que de verdad podría seguir aguantando…