sábado, 16 de octubre de 2010

Chequeo médico


Sala lúgubre y una recepcionista pintada como por maquillador cizañero. "Pase por acá", dijo. Y allí, el galeno. Viejo como buen sabio, soberbio como buen experto.

- Cuénteme joven...


- Acá estoy pues doc. Usted tiene mi ficha ahí..
.


- Y... ¿vienes por algún problema distinto?


- Sí, esta vez es súper diferente.


Y le conté...

- Ah. Pero bueno. debes tener en cuenta varias cosas. Primero, que de cada diez hombres, lo que tú tienes le puede pasar a tres pero con suerte uno lo reconoce. Eso es lo bueno.

- Schis... ¿Y lo malo, doc?


- Que es crónico, vas a vivir con esto toda la vida porque los seres humanos no cambian. Entonces tienes el sistema inmunológico menos preparado y estas clases de enfermedades atacan siempre a los más permeables. Hasta apostaría que alguna otra vez tuviste una crisis de estas.


- Puchas, sí pero no tan fuerte que yo me acuerde. ¿Y por lo menos tengo tratamiento?


- Sí, claro. Y sale todo gratis hoy en día. Acá te doy las indicaciones. Y tranquilo. En un tiempo te deberías sentir mejor.


Salí de ahí preocupado, algo agradecido y con sensaciones encontradas. Abrí la receta y en ilegible imprenta decía lo siguiente.
"Mucho rock and roll, nada de canciones tristes, ni recuerdos amargos. Cambiar el entorno y sobretodo conocer personas nuevas que te contagien anticuerpos. Olvidar lugares comunes y rostros que te lleven de regreso. O por lo menos evitarlos. Y agua en vez de café para conciliar el sueño".
Tan horrible lista como su firma...





martes, 12 de octubre de 2010

Ellas y nosotros: Las mentiras que decimos en la cama...


Ellas:

- Esto no lo había hecho nunca.
- Me encanta como te mueves.
- Los hombres siempre creen que preferimos la rudeza...
- Estuvo increíble!!!
- Me gustó que me dieras nalgadas.
- Fue mejor de lo que pensaba.
- Me tinca que esto va por buen camino.
- No importa, a todos les pasa...
- Tuve un orgasmo exquisito...



Ellos:

- Te quiero.

viernes, 8 de octubre de 2010

El ladrón


No lo había previsto. Pero allí estaba. La puerta entreabierta y la ocasión latente para hacerse de algo a la pasada. Su instinto pudo más que la mente. Entró y sintió como si alguna vez hubiese frecuentado ese mismo sitio. Con la luz de luna colándose por la ventana.

Miro alrededor. Apenas hallaba el pretexto para quedarse y se adivinó observado. Al girar se topó de golpe con una mujer. Bajó la vista y aún así pudo reparar en sus formas. Estaba oscuro, ella vestía ropaje gris. Quiso excusarse, echó mano a discursos torpes, a justificaciones inconclusas y titubeantes mientras reincorporaba la atención. Y se vio en los ojos de ella. Esos dominantes ojos que parecían espejo de sí mismo.

Su primer impulso fue arrancar pero atendió que ese rostro derramaba una lágrima. Olvidó el lugar, la circunstancia y la consecuencia. La abrazó fuerte y sintió un tibio apego en su piel, un mágico llamado en su latido. La besó. Y mientras su razón trataba de hacer piso, el corazón rogaba por perpetuar aquel minuto. Nunca se sintió mejor en la vida.

Fue allí cuando escuchó pasos y sin pensarlo corrió despavorido. Mientras se alejaba pensó en regresar, en que ella entendería. Tal fue su duda, su miedo a decepcionar y sentir rechazo ingrato que continuó la angustiosa marcha. Acelerado, con un ahogo quemante en el pecho.

Unas horas después subiría a un bus con destino lejano. Huyó protegiendo su negro y vapuleado ego como tantas veces. Al llegar sintió ligero el equipaje. La duda pudo más y revisó cada valija con acuciosa prudencia. Todo estaba allí, tal cual lo empacó. Entonces, se puso frente a la ventana, miró el cielo aspirando las confusiones de un cigarrillo y dio otra vez con la luna. Fue cuando entendió que esta vez era sujeto del hurto. Que fue a él a quién le robaron algo…