martes, 30 de noviembre de 2010

Piloto automático


Rutina. Revisar la lista de llamados por si algo quedaba en el tintero. Nada nuevo, salvo un nombre que seguía dando vueltas en mi cabeza. Por acto reflejo lo marqué:

- Hola, cómo estás.


- Esta sí que es sorpresa. Pensé que me odiabas, que te habías olvidado de mi...


- No te creo, probablemente es sólo lo que quieres o te conviene que pase. Pero, cómo estás.


- Bien, ya sabes. Soy una mujer ocupada y dedicada a su mundillo personal. ¿Y tú? ¿Y esa ciudad impersonal? ¿Por qué esta sorpresa?


- Es que ayer me acordé de ti. Y supongo que el inconsciente me impulsó a llamar.


- ¿Te acordaste? ¡Viste libros! Ahh, ya sé, viste una obra...


- No, pero cada vez que veo libros pienso en lo que nos separa. Y cada vez que encuentro el letrero de una obra pienso que ahí puede estar el maldito
artistilla afortunado que te va a cautivar y se quedará contigo. Aunque en verdad, prefiero eso a un médico o ingeniero de polera polo o peor aún, al vejestorio ludópata que aún no se da por vencido...

- Jajaja, que eres loquillo. No pierdes esa capacidad de hacerme reír. A veces te leo. Pero de verdad, cuando escribes cosas así intensas como las que dices pienso si de verdad fue para tanto.


- ¿Ves? Nunca pusiste real atención... Pero en fin. No esperaba más de ti. Si te preocupa mi salud mental, lo de mis mensajillos evidentes no los tomes en cuenta. Todo está escrito y programado desde que nos dejamos de ver. Hoy funciono como un bot. Con un piloto automático. Así me olvido, así evado unos meses...


- Pucha. Oye, ¿sigues con esa niña, la de los lunares en el hombro y todo eso? Quizás te quedes ahí... Yo te dije que la piel lo es todo.


- Lo de la piel, yo lo veo como concepto más amplio de química, como una conexión y ya sabes cuál es mi episodio favorito. Y sí, estoy con ella aún. Pero no me pienso quedar. Perdí el sentido del romanticismo después de ti. Ya no creo ni en piel, corazón o miradas... Ahora bloqueo a la inversa y copio tu teorema de la cacería. Le doy otra interpretación, eso sí. Menos fría. Pienso que todos necesitamos un abrazo y tenemos miedo de no encontrarlo. Por eso estoy acá. Aunque ya sé que ella no es.


- ¿Y cómo sabes que no es la mujer de tus sueños?


- Porque estoy hablando con la mujer de mis sueños ahora por el teléfono...


- Loco. Oye, no me has dicho por qué te acordaste de mi.


- Simple. Ayer fui a hacer un trabajo y en la casa había una gata gigante. Se acercó y hasta le acaricié el lomo. Estaba feliz. Cuando me iba lanzó un maullido extraño. Como sabiendo que no me vería nunca más...


- Hey. Ese fue un golpe bajo...


- Perdón. Entonces me voy. Supongo que es nuestra historia. Tanto estar a la defensiva nos hace buscar excusas convenientes. Mi almohada me lo dijó.

- Cuídate, sí. Y trata de ser feliz...


- En eso estoy. Intentándolo...

Siento que no fueron más de cinco minutos entre que colgué y el mismo teléfono hizo sonar la alarma. Me encontró tirado en la cama, vestido y agobiado. Y sin mucho tiempo. Había que reponerse... Era hora de iniciar un nuevo día al mando del piloto automático. Ese mismo que no está programado para hacer llamadas en el mundo real...






viernes, 19 de noviembre de 2010

Otra piel

Ella leía una revista sobre la cama. Desnuda, juvenil, insolente. Tan resuelta como turgente en sus formas. Él, poco acostumbrado a los pormenores amatorios sólo observaba. Todavía asustado. Esperando reacciones físicas a la catarsis de feromona contenida de hace unos minutos. Conoció tantos amagues bruscos en la guerra de caricias que nunca se llevó bien con esta. La evitó alguna vez, la buscó en otras y la sufrió siempre. Probablemente como nadie lo hizo antes. Como nadie se merecía.
Ella era distinta. Tenía menos años, más oficio y sobretodo tacto. Sentido común. Guiaba y desarrollaba la escena a antojo. Quizás porque conocía la situación del otro. Porque la palpó y la aceptó desde el primer minuto. Y tuvo premio ganando el reto.
Abrazando cada segundo, él intentaba familiariazarse. Ser natural como su instinto le indicara. Y se acercó en un suave zambullido sobre esas sábanas oscuras que adornaban tan perfecto espectáculo. La rozó, besándole el hombro y reparando en un lunar. Como eximio detallista siguió su ruta sigilosamente. Parecía punto medio de una sublime demarcación entre el que era más indistinguible, cerca de su seno y el principal, a la derecha de sus labios coquetos. Esa deliciosa marca que según su dueña selló el destino de ambos al homologarlo con el que él llevaba de nacimiento. Pero en el lado izquierdo.
Entonces por qué él buscaba otro cuerpo...
El juego de las excusas lo llevó a ese descenlace que no planeó pero tampoco pensó. Hurgaba desesperadamente por un tenue perfume que contrastaba en el imaginario con lo que percibió en cada centrímetro de piel. No dio con los besos adolescentes en bocas gastadas porque allí sólo era turno de los desenfrenados. No halló ese tacto pausado e impoluto que encendiera sus ganas cuando estaba listo para recorrer los caminos del placer. Pero, ¿era justo? ¿Acaso merecía deponer tal suave cúmulo de bondad ante semajante vendaval de recuerdos adornados por una curva imperfecta? ¿Le servía?
Y disimuló. Eso que iba a ser gran aprendizaje terminó protagonizando un simple exabrupto mecánico. Las emociones seguían allí. Contenidas. Esperando y decepcionándose al mismo tiempo. Extrañando otra piel de mujer que nunca conoció...