Salió de su departamento algo
desordenado y con ese clásico olor a soltería…
En eso, suena el teléfono y de
inmediato corre a contestar con ese dejo
de angustia que tanto lo dominaba. Ella con su tono soberbio de siempre esbozó
un “no nos podemos ver hoy, tengo que preocuparme de blablablabla y bla”. La
misma excusa de tanto tiempo.
Y él, en su cobardía abominable
respondió con las mentiras que conocía de libreto. “Está todo bien, nos vemos
cuando podamos”. Era el minuto de sufrir, de recurrir a lo que ella denominaba
el “no darle manija al minuto esquizofrénico de inventarse cosas en la cabeza".
Cómo obedecer esa inercia. No
podía. Y su obsesión enferma lo llevó a deambular hasta llegar a la misma esquina
de siempre. Allí, en medio de su ángel bueno que le pedía serenidad y su alter
ego que exigía certezas se quedó sin saber qué hacer.
Un auto pasó y notó su presencia
mientras él atendía sus redes sociales, cuál excusa de pasar inadvertido. Y
aquél conductor sospechoso siguió hasta pararse enfrente de esa casa que tantos
recuerdos anidaba en su vereda. Y sin más, abrió la puerta del copiloto para
que ella, con paso apurado y ansioso se subiera para partir quién sabe adónde.
Y esa lucha interna tuvo como ganador
al lado más detestable. Prendió un cigarrillo, mordió la rabia y sin darse
cuenta siguió agotando esa cajetilla venenosa que se agotaba a la par con sus pensamientos
confusos y casi enfermos… Se fue, pero su cabeza quedó allí. Y probablemente,
tendría que pasar mucho tiempo para volver a encontrarse con su debilitado equilibrio…
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