Veinte para las once de la noche. Salida de Metro Santa Ana y entre miradas de hielo y un genio de mil demonios tras la clásica jornada de rutina, un sonido que salvará el día, la semana, el mes quizás…
El: ¿Hola?
Ella: ¿Aló? Hola precioso. Qué milagro que contestaste, ya creí que la gran ciudad te había tragado.
El: Gran Ciudad, jaja. Si esto es un pueblo con más edificios y más rateros no más…
Minutos de feed clásico, preguntarse y desglosarse novedades de la familia, los conocidos, anécdotas varias…
Ella: Oye, ¿pero ha sido difícil?
El: En qué sentido…
Ella: En el que pensabas.
El: No, quizás en algunos, menos en esos.
Ella: Pero cómo, debe ser difícil lidiar con gente estresada, sulfurada, más abrumada, competitiva y freak masa de energúmenos.
El: Debiera, pero es como en “La Marcha de Las Hormigas” de Dave Mathews, ¿la recuerdas?
Ella: Cómo no recordarla…
El: Bueno, es como lo que pensábamos al oírla. Los que pasan a tu alrededor, son simples hormigas preocupadas de no perder la fila ni defraudar a la hormiga reina. Uno, desde esa perspectiva se puede parar a mirarlos mientras se fuma un pucho a la vera de camino.
Ella: ¿Y dónde está la dificultad entonces?
El: En uno, siempre en uno. Lo demás es adorno. Y sabes que el adorno arquitectónico de acá siempre me atrajo.
Un tipo sospechoso interrumpe el diálogo pidiendo fuego. El le entrega el cigarrillo sin mirarlo siquiera, usando cortante comunicación persuasiva en su máxima expresión.
Ella: O sea que no te vuelves…
El: No sé, bella. De alguna manera, “ya la hice”. Estoy tranquilo conmigo, y el resto sabes que no me importa. Capaz que sí vuelva.
Ella: ¿Por qué, echas de menos algo?
El: Conversaciones como esta…
Ella: Pero si tú siempre apagas el celular, grupiento.
El: Es verdad. No hablaba de charlas sino de reales conversaciones no superficiales. Es que lo bueno de estar acá es que empiezas a ponderar personas y la papelera de reciclaje asume más pega. Para estar escuchando líos de otros, mejor leo o escribo.
Ella: Entiendo… Inconsistencia que reprime. Pucha, pero llámame tú, aunque sea por cobrar, jaja. ¿Seguro que estás bien?
El: Puedes respondértelo tú misma.
Ella: Si sé, siempre estás bien. Pero si no, ya sabes. ¿Vas a cuidarte? ¿Lo prometes?
El: No, voy a seguirme aprovechando de esta metrópoli desencantada de sí misma. Tanto que si allá era el clima, acá son las chances las que cambian en todo sentido. Hoy estás en la cámara de gas y mañana pateas un penal sin arquero. Así de loca es la cosa…
Ella: Jojojo. Felicidades entonces, querido. De alguna forma, estás en casa…