sábado, 6 de marzo de 2010

SOBREVIVIENDO, DÍA 4: Armado hasta los dientes

Luego de la última ronda supongo que el cuerpo cedió. En la reunión final decidimos muchas cosas y una de ellas fueron los turnos. En mi cuadra los dividí en dos y me anoté en el segundo. De 2 AM a 6 AM. Eran las 10.45 de ayer cuando me recosté cansado como nunca por el día más agotador de todos. Me tapé con una frazada, de esas de lana que dan harto calor. Un ruido casi me botó del lecho. Un helicóptero sobrevuela la zona, o más bien, tenemos la suerte de estar a un par de kilómetros del aeropuerto y el piloto debe ser de otra zona.
Despierto sudado, con el cuerpo aún abatido por las caminatas eternas. “Cresta, me quedé dormido” pensé. Bajo corriendo, creyendo que eran cerca de las 4 AM pues la sensación era de haber pasado de largo. El reloj de pared anuncia recién las 00.15. Una hora y media que pareció una eternidad. Hay que tomar café y pensar en comprar un reloj de muñeca por si acaso. Uno nunca sabe cuando un terremoto te va a azotar la casa, la vida y hasta las malas costumbres de vivir desconectado del mundo cruel.
Igual se respiraba tranquilidad afuera. La pega de la tarde rindió sus frutos, “la pobla” se observa con importantes focos de luz artesanal. Es lo primordial si quieres alejar la sensación de inseguridad.
Veo mi puesto, hay gente copeteando y riendo. Voy al otro punto de la calle y decido quedarme. Está más expuesto y también más vacío. Allá me encuentro con un tipo de esos que con suerte saludas y vive a menos de cinco casas. Es oriundo de Mulchén como yo y me cuenta del pueblo, viene llegando. Panderetas en el suelo, estructuras y edificios clásicos dañados. Hasta dimos con que mi tío le hizo clases en el colegio. Me habla de la medialuna y del que era mi barrio en la Tomás Chávez. Están en pie, son señales que tranquilizan y alegran. El cementerio tuvo daños. Parece ridículo preocuparse por donde no hay vidas pero es allí donde quedan los únicos vestigios de quienes son mi sangre y mi historia. De mi padre, mi hermana, mis abuelos, tíos o primos. Cómo no voy a anhelar que ese cerro siga firme.
Lo que iba a ser una noche tensa resultó grata, casi light entre tantas otras. Uno de nuestros principales “asesores” de armamento viste pantalón y botas de campaña, tiene a su mano un rifle de respetable precisión, un revolver y hasta un sable de combate que en su envoltorio de plástico es la clásica imitación chilena de la legendaria espada japonesa. Si hasta los ejércitos yanquies la imitan, dice. Igual es para reírse. Lo bautizamos como G.I.Joe.
Como él, varios fans de la milicia, la disciplina militar y el poder de las armas tuvieron su noche de gloria. Fueron los héroes en quienes confiábamos. A los que hay “que hacerles el amén” para que no se alboroten. Ya cargan suficiente adrenalina gratis por esas horas.
Se habló del día del terremoto, de dónde nos pilló, de los hijos de algunos que estaban en discotheques y corrieron kilómetros para llegar a sus casa sin saber si sus padres estaban vivos. Otro cuenta cómo salió de un duodécimo piso con su mujer en el centro de Concepción y como bonus detalla que apenas avanzaron una cuadra ya había vándalos asaltándote en las calles. Ellos tuvieron suerte, unos de un block aledaño no. Les robaron las pocas cosas con las que salieron al exterior.
Uno de los relatos más estremecedores es de un cabro joven que tenía su hija pequeña y su mujer solas en una casa colindante con el local de Súper Pollo, uno de los primeros saqueados sin contemplación. Él vio desde los cerros de Tomé cómo las olas se recogieron tras el temblor. Se cortó la luz y la luna iluminó a ratos ese terrorífico paisaje. Habló de cómo regresó a la ciudad, de las condiciones en que encontró a su gente durmiendo en la calle, en un sofá cama prestado por vecinos. Repasó detalles tan espeluznantes como graficar su pasada por un local buscando leche, de las técnicas para irse coordinando con los que saqueaban y así repartirse las cosas básicas, de cómo sacaban pilas de los juguetes para que los demás se los llevaran, de cómo trataron de salvar un cajero automático que estaba siendo desencajado de su base con una camioneta. Ese tipo tiene 23 años y la lección de supervivencia que protagonizó ya lo marcó para la vida.
También hubo rato para hablar de personajes ayer concordantes y hoy disonantes como la Bachelet, algunos la defendieron, muchos perdieron su fe y otros simplemente observamos y sacamos conclusiones. El famoso 85% de popularidad con que contaba esta señora se fue al tacho. En la región no la quieren ni ver. Hay una decepción mayúscula con lo inoperante del gobierno en condiciones tan delicadas, tan necesarias de buena acción y no de mala reacción.
Supongo que es las últimas horas también sirvieron para que todos esos que venían del sur nos contaran qué decían los medios. Supimos bien de la destrucción del casco céntrico, de los puentes sobre el río Biobío, de Dichato, de Asmar, concordamos trágicamente en que la Armada está ocultando la información de la Isla Quiriquina. Nos confirman, esos muertos no se van a conocer en un buen tiempo si los hay. Yo creo que los hay. Si esa es la puerta de entrada a la Bahía de Concepción y el resto que la circunda desapareció, esa parte de la zona claramente quedó en su momento debajo del agua.
De la guardia nocturna hay varias cosas que sacar en limpio. La gente tiene miedo y también comienza a acumular rabia. Nos enteramos de los cuestionamientos, de las contradicciones del gobierno y los organismos de emergencia, de cómo el tema de fondo en la sociedad penquista ya parece ser la duda de quá tan bien se actuó. Yo digo, ¿qué creen?. Si estábamos ahí, a la intemperie, a merced de los maleantes. Nuestra única esperanza es el famoso toque de queda y ni eso nos regala paz.
La tensión de las primeras horas fue amainando. Ya hay certeza que la noche pasó sin sobresaltos. Algunos se van a dormir y yo hago lo mismo cerca de las 7 AM. Unas cuántas horas de sueño para luego despedir a mi hermana que regresa al sur. Tienen que salir a la 1 PM pues la prohibición de circular en las calles dura hasta mediodía. Hay un anciano perdido que tiene casa en Dichato. Es como su padrino. Se lleva esa preocupación de vuelta al sur y la de no convencer a la viejita que se regrese con ella, cosa en que intenté mediar sin suerte. Hay personas que a su edad sólo piensan en su casa y no en los riesgos personales. No lo comparto pero lo acepto. Mi negra sabe que sólo deberá esperar algunos días para poder comunicarse por celulares. Al menos, ya tiene la certeza del abrazo. Y eso la deja volver a Puerto Montt en paz.
Dicen que ante la falta de agua de la piscina y las punteras, hay un pozo de almacenamiento atrás de los departamentos. Ya hay fila de vecinos. Muchos llegaron recién a cuidar sus casas y son los que nos tuvieron a merced de los delincuentes. Son los pudientes, los que podían tentar a las hordas de escoria humana.
Entre todos trabajamos y algunos corren el riesgo de meterse al pozo para amarrar los lazos, hacer una especie de polea con cuerdas y lanzar recipientes de harta capacidad. Así podemos ir llenando desde baldes hasta la botella de la señora cuica que llegó con envases chicos.
Por ahora, lo que hay en ese pozo es como el avance del clima. Algo poco más claro que la de días anteriores. Todos los saldos de agua pueden quedar para los receptáculos de baño. Allí también hay focos de higienización que necesitamos ir normalizando en la medida de lo posible. Y en honor a la más preciada sinceridad, por estos días de tanta tensión y algo de amargura el cuerpo y su armatoste intestinal suele acompañarte más que traicionarte.
Mi hermano llega con su mujer y nos trae tranquilidad de cómo siguen. Nos trae dulces y algo de alimentos para los gatos que encontraron en otro supermercado y nosotros les convidamos mineral y cigarros. El tema valórico de por qué se produjo la estampida social ameniza la improvisada mesa. A ellos, que viven en un sector más tradicional de la misma comuna hualpenina los protegieron los mismos “patos malos” que estaban enfrentándose con las verdaderas mafias de saqueadores.
El mercado negro en los meses futuros será impresionante, lo que dicen que están encontrando es irrisorio. Nos sale la rabia por los poros. Y aunque uno trata de poner cordura, de verdad que cuesta mucho. Estamos todos resentidos, acá nos miraron por debajo del hombro a todos. A mi región entera la pasaron por el cedazo de la centralización…
Llegada la tarde aparece un amigo que vino a ver a su familia desde Calama. Dice que demoró 32 horas. Su peor impresión fue ver la ciudad en el suelo y que el bus no pudo ingresar al terminal de buses porque estaban robándole a la gente que bajaba o a los mismos choferes. Cómo él o como mi hermana, hubo miles de compatriotas que sin pensarlo se vinieron a la zona del desastre a ayudar, a constatar en el contacto físico la realidad de sus seres queridos. Y fue ese mismo espíritu el que empezó a notarse horas después. Llegar de Temuco a Santiago en la noche siguiente te tardaba casi 24 horas por la 5 Sur.
Durante esa tarde noche la preocupación ya era otra. Al mal olor de los baños se sumaban bolsas de basura desparramadas por los perros. El terremoto fue un sábado y ese era día de recolección. Un improvisado sitio eriazo servía parta que algunos de los vecinos. Fue otra jornada de ir y venir, de intentar coordinar. Como no se trataba de emergencia, ya nadie quiere cooperar.
Si algo sirve de ser tan ostracista y poco sociable es que aprendes a observar a la gente. Incluso, la mejor parte es que más pronto de lo que piensas ya estás jugando su juego. Esa noche no salí del frontis de mi casa, mis gatos se regocijaron viéndome allí sin salir ni repartir esfuerzos innecesarios.
El mensaje ya está claro. Acá hay que salvarse sólo. Y no me complica. Yo estoy acostumbrado a deambular por este paraíso del egoísmo. Me acomoda, me acostumbré. Cuando en la vida nadie te dio oportunidades uno aprende a defenderse de acuerdo a su conveniencia. Para mi, es como el refrían de “pez en el agua”. Supongo que más que una visión negativa y condenable, no es más que seguir la corriente. Los que se desviven por los demás hoy son idealistas, imbéciles o mentirosos. Los que se protegen a sí mismos ante la adversidad más vil son inteligentes. Y yo no tengo ni un pelo de tonto…

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