sábado, 6 de marzo de 2010

SOBREVIVIENDO, DÍA 5: La psicosis colectiva.

He comido poco. No porque no tenga qué echarme a la boca. En ocasiones así sólo hago ostensible mi capacidad de pasar el día con café, cigarros, jugo y pan. ¿Qué más necesita el hombre para vivir? Supongo que atención, cariño, afecto y algo de comprensión, de campo abierto para expresar lo que guarda dentro, para apoyarse. Y si no lo tienes, no importa. Son estas jugadas del destino las que te hacen comprender cuán solo estás y cuán sólo de alma puedes aguantar.
Todos los días calculo el agua que se gasta en casa y salgo a buscarla cerca. Sería el rey de las víctimas si digo que es un trabajo costoso. Tengo que caminar algunas cuadras trayendo baldes o cargando el carro que usualmente ocupo para la feria de los domingos. Ya ven que no cuesta tanto. Diría que casi te acostumbras y lo vas a echar de menos.
En el pozo de ayer queda poco que sacar. Apenas ayudo a una niña con su recipiente y me arranco a la piscina del condominio. Está un poco sucia y casi son sobras a la distancia pero una vez encima, créanme que todo lo que no abunda tiene cara de útil. Recolecto envases chicos y decido que es buena hora para darse un gusto. Sí, hoy es un gusto. Acomodando las cortinas de la ducha con algo de paciencia consigues en tu casa lo que otros salen a hacer irresponsablemente a lagunas contaminando más lo que queda. Hasta hay espacio para lo bizarro. Uno suele mirar la tina y decirle en broma “desde ahora, tú y yo seremos buenos amigos. Te tenía casi olvidada”.
Todos pagábamos por una ducha y por ciertas cosas que extrañamos. No hay agua, no hay comercio, no hay gas y un tipo de un negocio cercano asegura que van a abrir por ratos y que él me dice que tiene alimentos de gatos. Me alienta a no salir al centro a hacer interminables colas. Sin locomoción es tiempo perdido. Más de dos horas de trayecto a pie y las filas de cuadras puede hacerte perder el día. Seis horas de libre desplazamiento es demasiado poco. Y conseguir un salvoconducto es engorroso como ni se imaginan.
Si hay algo bueno en no tener una radio a pilas en la casa es que a veces la desinformación te puede salvar el pellejo. No es chiste. Y conste que yo más que nadie entiendo la necesidad de informar. Pero eso que hicieron los medios de comunicación a instancias de bomberos pudo ser catastrófico.
Corrió el rumor de un maremoto después del temblor vespertino de considerable magnitud y que si bien a muchos ya no nos asustaba -a mi me pilló cargando agua-, a varios otros como mi madre y un par de mis vecinos los había puesto más que en alerta. La suerte es que no oyeron a tiempo los llamados a la evacuación sino era anotarse un caos gratuito.
Es extraño esto de la percepción en algo tan cambiante como las manifestaciones de la naturaleza. A una semana del peor movimiento, desde el primer crujir de la tierra uno ya percibe y anticipa si lo que viene es fuerte o no. Está lejos de ser el efecto mareo del que todos hablan. Se trata de servirse del silencio para escuchar el aviso. Siempre hay anticipo aunque sea de un par de segundos.
Todas las réplicas fuertes de estas últimas jornadas las sentí antes, alcancé a ponerme a resguardo cuando era estrictamente necesario. Es más, diría que uno pierde hasta el miedo. Y no es de hombría arrogante. Es la lenta pero fuerte acción de la racionalidad en días en que saber qué hacer y guardar prudencia puede ser la diferencia entre estar vivo o muerto. Así de simple.
A lo lejos escucho un periodista de una radio capitalina –sólo hoy las empezamos a recibir de manera exigua- que se agita ante la creciente alarma de tsunami. Este tipejo no tiene la menor idea de lo que vivimos nosotros el sábado, pienso. A él lo afecta la histeria colectiva más que el temor real.
En las siguientes tres casas están preparándose para salir y hay enfrentamientos verbales con los que se quedan. Es tan simple entender que si el sábado no nos llegó el agua con algo bastante más destructivo, con este remezoncito no corríamos riesgo. Pero ante la desinformación, algunos corren. Y no es reprochable. Los puede salvar. Los demás apelan al viejo e irresponsable “si el mar me va a matar, mejor que sea en mi casa que corriendo por ahí”.
Tal agitación me sigue mostrando el entorno agrio de mi casa, de mi propia gente y las injusticias que ellos avalan entre sí. Comentan que hace unas horas, pasaron repartiendo almuerzos. Nadie avisó. Dicen que hay un circuito de unas cuatro casas donde se saben lejos de persecución por saqueo por más que tengan un evidente apero de cosas, las que se reparten entre unos pocos. Recapitulo que con algo de suerte un par de ellos consultó por la salud de mi madre. Por mi no preguntó nadie.
Y finalmente, sucede. Un tipo que conocemos de toda la vida, comerciante, amigo de la comunidad completa me saca los choros del canasto. El muy perla tiene ganas de conseguirse cigarros así que sale a vender unas pilas grandes que tiene en su poder, claramente obtenidas en el botín. La vecina le compra, mi vieja quiere pero no la dejo. Me parece último de rasca hacerlo con gente con problemas ahí al lado.
El curso se completa. La oportunidad de descargarse aunque sea por un instante golpea la puerta. El minuto de soltar la rabia acumulada quizás desde antes pero que sólo esta tragedia vista desde tan cerca me pudo generar. A instancias y guía de varias personas -que por fin supieron quién era yo, me vieron de manera distinta y hasta me escucharon hablar y aporta ese día- llegó un grupo de encargados de la repartición municipal llega hasta mi casa.
“Buenas tardes caballero, nos hicieron venir hasta acá porque dicen que usted es el presidente de esta calle, el encargado y estamos coordinando la llegada de provisiones y ayuda por parte del municipio”. Estaban casi todos los que viven ahí esperando noticias. De puro copuchentos o quizás ávidos por agarrar lo que fuera posible.
“No, señor, lo mío fue sólo la eventualidad de coordinar lo de la seguridad ya que ustedes nos dejaron botados. Pero si quiere repartir migajas, tiene hartos acá que le pueden servir, amigo. Yo me salvo sólo. No tengo tiempo para perderlo en gente que no te devuelve la mano” le dije. Supongo que escucharon. Y si les cayó mal, puedo hacer con ellos lo que el mundo hace con uno todos los días. Basurearlo o ignorarlo. No se necesita ser más literal.
Como si no fuese suficiente, ya sin posibilidades de desplazarse a otros puntos de la ciudad –las restricciones militares se conjugan con las personales de no querer ver tu zona está destruida sin psar por gente morbosa- uno opta por armarse panorama. Y con la llegada de un par de radios santiaguinas tratas de abrir tu espectro de información.
Hay un tal Rodriguinho que se esfuerza por hablar mal en una radio donde el sello es poner locutores que inventan voces ininteligibles. Ese debe ser el tarado que tanta gente que viajó decía ser lo único captable en el dial. Y malgastan la señal en un pelotudo que generó el rumor en Concepción y alrededores que aparte de la Biobío, lo único que se oía en el aire era la voz de un locutor gringo. ¿Gringo?
O incluso debo soportar a Paulsen mientras discute responsabilidades con el ex director de la Onemi, Maturana. Apuntan con el dedo y comienzan la caza de brujas como si a mi y al pueblo de más a la costa le importara su cómoda y estúpida fertilidad de análisis desde un sillón con aire acondicionado alrededor. Sus colegas eruditos de ADN –ya no sé si tanto- en deportes analizan si las estructuras nuevas tienen estándares aceptables y citan bibliografía sismográfica. La tendencia es a bajar el perfil y ser perspicaces aunque acá los hospitales de campaña aún no funcionan: La idea es ampliar la perspectiva general aunque la gente no tiene agua y sigue durmiendo en carpas. La bandera indica pegarle a la Biobío por lo de la alerta falsa cuando ellos se plegaron, llegan tarde y como buenos santiaguinos están alardeando a la distancia.
Lo que ayer me generaba admiración mediatica hoy me almacena nauseas. Los que ayer celebré hoy me parecen detestables bichos sentados en sillones de cuero analizando si el color de turno tiene o no ingerencia en la desgracia de la gente. Me molestan, pasaron a mi lista negra de comunicadores lucrando imagen y ruido a partir de la desgracia ajena.
También llega música y supongo que luego de días ahorrando tus energías o recursos ya asumes que lo peor pasó. Que la normalidad se viene encima y entonces, las otras carencias, las que ya existían y las que te inmovilizan y hunden en el pantano volverán a ocupar su lugar. Quizás es el primer momento para sopesar lo vivido, para dejar que la emocionalidad corra por la pequeña brecha que aún le queda abierta. Quizás es el miedo. Sí, el miedo a saber que semejante remezón no sirvió de nada, excepto para remarcar las frustraciones, para atiborrar las inseguridades y robarte de cuajo la esperanza.
O quizás es la muestra palpable de que cuando menos lo piensas, todo en tu vida puede ser peor...

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