sábado, 6 de marzo de 2010

SOBREVIVIENDO, DÍA 6: El fin de la inseguridad

Es tarde. Creo que ahora sí dormí más que suficiente. Bañarte luego de jornadas tan extenuantes acusará la cuenta que te pasa el cuerpo. Acuérdate de mi. Es un gusto por estos días. Si no, pregúntenle a los desubicados que hoy partieron en masa a los espejos de agua de la ciudad para asearse y lavar ropa. Vamos ensuciando la naturaleza. Total, qué les importa.
Casi por rutina asimilada salgo a buscar agua. Ya no queda en los acopios de siempre. En eso me encuentro con una camioneta de la CGE en la esquina y sonrío. Son los de la primera avanzada, la que revisa y da el comprendido a los de un segundo equipo que repara según escuché en los medios. Un circuito por el barrio me avisa que todos los otros sectores ya cuentan con electricidad sólo al interior de las casas. Buen indicio.
Mientras salimos a ayudarle en la tarea nos cuentan que en la zona de Palomares ya no quedan bodegas de las grandes empresas. Dicen que en los barrios de Nonguén los drogadictos venden algunos plasmas nuevos en 20 mil pesos o computadores en 50. Saben que tienen que deshacerse de ellos luego, antes que alguno pueda caer en las inocentes redadas de los fiscales.
Ya leo un par de diarios y siento un poco de vergüenza. Una, de saber que en mi pasaje sólo leen LUN o La Cuarta y es poco probable encontrar un solo artículo decente. Dos, que ni siquiera en estas circunstancias la línea editorial se flexibilice y aporte con la comunidad generando contenidos y conciencia. Yo no tengo postgrados ni creo que los vaya a tener. Pero apostaría que en materias de comunicación social, los expertos abogan porque los medios son los reales encargados de encausar a una sociedad que mira las cosas con demasiada distancia aunque presuman cercanía. ¿No era este el momento para volvernos serios y dejar de vender chimuchina cuando para muchos, la nube de colores se les cayó en la cabeza?
Un poco más tarde salgo a buscar agua sin suerte. Aún así, me basta para encontrarme con militares que llegan a dejar bolsas de alimentos. No soy delegado, aunque por lo de días anteriores, algunos me reconocen y me quieren dejar pasar. No tengo credencial y en vez de que me atajen los propios milicos, prefiero preguntar sobre qué hacer. Suficiente para correr la voz.
En la noche llegarían un par de litros de leche, un café chico, azúcar. Se agradece harto. No la necesitamos tanto hoy pero nos puede ahorrar las filas del supermercado mañana. De esas hay en todos lados. Dicen que en la que nos queda cerca sólo demoras diez minutos y se puede comprar una canasta básica por 5 lucas. Yo necesito comida para mis gatos. No hay por ninguna parte.
Uno de los minutos más esperados y también resistidos se concreta en la noche. Hay luz en los domicilios y es un alivio pues hervir el agua ya no estará destinado sólo al gas. Eso para los que teníamos cilindros porque los de sectores más nuevos no pueden decir lo mismo, su suministro era a cañerías. La suerte de algunos comienza equilibrarse un poco para todos. No concibo el día sin agua caliente a toda hora.
Hora del recuento. Es verdad, los televisores jodieron, el pc murió, los recuerdos de artesanía tan cuidados y elaborados por la familia están inutilizables. Las coberturas de la tele son limitadas y concentradas porque no hay cable. Igual, uno se empapa casi sediento de imágenes, de información real.
Entre los segundos que me dejan los comerciales pienso en lo que se viene, más viendo que hay tanto equipo periodístico desplegado y yo, con talento, con tantas historias de vida in situ y otras no contadas -como la urna que apareció en alta mar pues en Tumbes estaban velando a un lugareño-, con tanto material palpable de la emergencia que los relatores puestos en pantalla simplemente no conocieron. Y estoy en mi casa. Sabiendo que no hay pega. Que necesito reponer cosas. Que necesito salir de aquí...
En las noticias puedo ver que la zona costera de Cauquenes, donde pasé uno de los mejores veranos de mi vida y una etapa profesional entrañable, ya no existe. Se desparramó el pueblo por el suelo. Todo lo que conocí, que disfrute. Mi mapa emotivo es historia.
Aún así me regalan un amargo alivio. Hay gente, mucha gente que de verdad lo está pasando mal. Hay muchos de los nuestros que lo perdieron todo. Con el dolor de mi corazón, nosotros somos más afortunados que ellos. Y el nudo en la garganta es inevitable.

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