sábado, 6 de marzo de 2010

SOBREVIVIENDO DÍA 1: El primer esfuerzo, las noticias que te quiebran…

Es cerca de las 7 AM de ese 27 de febrero. No pegué un ojo pero amago seguir despierto. La reja se abrió de sopetón y a las pujas y gritos, mi hermano mayor entra a la casa llorando y buscando desesperadamente a la vieja. La abraza y se susurran que están bien. Cómo no iba a asustarse. Corrió unos cuantos kilómetros apenas dejó a su mujer con los niños encargados a unos vecinos y en una cancha de tierra. El vive en un departamento de segundo piso. Claramente se impresiona al llegar a la casa maternal, encontrar plantas de altura en añicos a la entrada, abrir esa puerta y ver todas las despensas y muebles en el suelo, apilados con artefactos eléctricos y comestibles. El escenario dantesco se complementa con el descalabro del patio y la imagen del living con televisores en el suelo. Pensó lo peor y con razón.
Sólo dos horas después suena uno de los celulares de la casa, esa majamama de números de los cuales cualquiera servía hoy para recibir noticias. No teníamos idea de cómo había sido el terremoto en el sur. El miedo lo despejaba un cercano a mi hermana que hizo puente desde Chiloé y nos contó que ella estaba bien aunque con histeria. Ya vamos enterándonos que somos los que más riesgo corrimos, el vox populi anuncia la peor devastación en medio de todo lo que conocíamos.
No hay ganas de comer. Sin luz, agua y con poco gas apelo por consumir lo menos posible. Tengo una idea de que esto va a durar semanas quizás. Tomo los envases que se puedan y salgo a recoger agua de donde sea. Me avisan que el condominio de departamentos colindante aún tiene algo en la piscina. El sitio luce abandonado y lúgubre. Hay que abastecerse. Lo que ayer era casi inaceptable hoy es necesidad.
Con cámara en mano aprovecho un aliento para sacar las primeras fotos de la catástrofe allí cerca. Cuadras y cadenas de panderetas en el suelo, muros de ladrillos desparramados, los postes cercanos como barricadas en las calles. Las veredas están trizadas, las calles levantadas, muchas casas en declive o con daños estructurales serios, un edificio se observa inclinado y la casucha del conserje de ese exclusivo proyecto está medio metro hundida en el terreno. Un poco más hacia Avenida Colón, la línea del ferrocarril que nutre el Biotrén en forma de “s” al algunos tramos. El culebreo del temblor retorció hasta los rieles.
Cerca de ahí, una panadería minimarket tiene cientos de personas desesperadas buscando provisiones de segunda o tercera necesidad. Llego a la puerta de la bodega donde están recibiendo clientes y la dueña, algo desesperada, hace cuanto puede por alejar a la muchedumbre y cerrar el boliche. Me ve y extrañamente me toma de un brazo y me hace entrar. Una bebida de dos litros y una cajetilla de cigarrillos. Soy el último, los demás quedan en la víspera.
Un café en la casa para esperar sin suerte que regresen los gatos más regalones. Algunos ya aparecieron. A otros ya los extrañamos con algo de desesperación, apelando a su consabida capacidad de vivir sin contratiempos de calle. Hacemos fuerza porque lleguen. Son una parte demasiado importante en esta familia cada vez más disgregada y sola. Mientras, me dedico a ordenar lo que rodó y evaluar lo que ya no hay.
De los cuatro televisores, tres cayeron al suelo de manera fatal. Hay que sumar muebles que se abrieron con el vaivén, uno de ellos del computador más piezas afectadas que lo dejan inutilizable y olvidándome de plano de las redes sociales para mucho rato. Sigo contando. Un 90% de vasos, tazas más varios platos. No es tanto. Ya está, ya se perdió.
A medida que salgo a la calle o robar novedades ya corren rumores certeros de consecuencias inmediatas. Dicen que Concepción está en el suelo, que parece una urbe bombardeada, que los edificios al frente del Líder colapsaron y uno cayó matando personas. Que otros de la misma constructora tampoco aguantaron en el sector de Club Hípico. De haberse entregado cuando se contemplaba, allí pudimos haber contado un centenar de muertos más.
Uno de los que pudo recorrer en auto hacia Talcahuano cuenta con horror como sólo se puede llegar hasta un poco antes de Isla Rocuant. Que hay una capa de algas secas y acumuladas que se mezclan con escombros y restos de costa. La ciudad y sobretodo esa gente que vive “en el bajo puerto” está sitiada por la acción del agua. Fue tsunami. No hay duda para los que pasamos esas horas sin un receptor.
No tenemos información pero ciertos tips me sirven para adelantar las consecuencias de lo que vendrá. Se escaparon los tipos de algunos penales dicen. Peligro inminente que se subraya con uno de los anecdotarios más tristes que me cuentan. En una avenida de la ciudad puerto yace un equino asesinado, partido en dos, casi “fileteado” por la gente. Se lo atribuyen a la desesperación. Yo empiezo a pensar en la cultura del saqueo sin saber que la idea quedará corta.
Las réplicas fueron algo menores, no superiores a los 4 grados, con lapsus de 20 minutos que permitían conciliar el sueño y con un solo guascazo que inspiraba la idea del reacomodo tectónico. Así entonces, ya se pudo observar algunos puntos de reunión en el pasaje. Los vecinos más afines se acurrucaron a pasar la noche. Nosotros, poco sociables como la mala costumbre indica, nos tuvimos que enterar recién de quiebres matrimoniales, peleas de pareja, etc.
El pasaje ya no se llama “El Hornero”. Al sabor de un pollo asado en una improvisada fogata y el enguindado que se salvó de nuestra guarda hemos decidido que cargue con el apodo de “Los Infieles”. Cerca de las 8 AM ya podemos ir a dormir. Pensando que la convulsión estaba por terminar. Macizo error. Maldito y craso error…

1 comentario:

LiRio dijo...

Todo esto ha sido horrible...
pero mientras gire la tierra y nade un pez... hay vida todavía.

Un abrazo.